¿Sabéis? Cada día es el día perfecto para alguien. El mío me tocó hará cinco o seis años. Todavía lo recuerdo. Me desperté sin ayuda de ese maligno invento del despertador, nada de zumbidos electrónicos, solo el trinar de los pájaros en mi ventana. Me preparé el desayuno silbando, feliz. Como tenía tiempo suficiente para ir a trabajar, traté de batir el record mundial de sostener una galleta dentro del café sin que se rompiera. Ahí debo reconocer que no estuve a la altura de las expectativas que me había creado: la galleta, cuando ya estaba a punto de llegar a mis labios, se desprendió y cayó sobre la taza... salpicaduras por todas partes, pero no sobre mi camisa. Éxito total. Recuerdo que sonriendo miré el calendario y grité henchido de gozo y felicidad: "no está mal para ser un puto miércoles de mierda".
Cuando comencé a leer este relato, tuve la sensación de estar en aquél miércoles. Busqué la sonrisa franca, me la coloqué en la cara, me repantingué, arqueé las cejas y me puse a ver si realmente los moldes de las tartas conquistarían finalmente el mundo.
Un par de sombras se cruzaron ante mí, estaba obviando esa primera línea "Mi padre me enseñó a hacer daño a la gente una noche de agosto (...)", pero no podía ser tan grave...
Evidentemente me equivoqué. Ese padre terrorífico, derrochador y borracho me hizo fruncir el ceño, guardar la sonrisa y limpiarme el sudor de las palmas de las manos. Ni siquiera pude ampararme en la madre. Lo de la sangre aguada de sus piernas tras afeitárselas no hizo más que añadir una nota desfavorable a la pésima opinión que tenía de ella. Pésima porque había pensado que no sería una pusilánime que se dejara golpear y que cedería a mantener sexo con un tipo que había estado potando un par de horas antes. Me caía mal por no ser un contrapunto amable en esta historia, me caía mal por haberme engañado mirando al cielo buscando una nube cargada de agua. Y sobre todo, me caía mal por provocar a un borracho en un autocine metiéndose y sacándose una salchicha en la boca...
Sobre el resto, la brutal (y descriptiva) paliza que de forma tan cobarde le da a aquel espectador, el obligar a su hijo de siete años a pelear contra otro utilizando solo el miedo que le tenía a sus "reprimendas", qué puedo decir. Él un cobarde; los demás que no impiden la agresión, otros cobardes; el niño que por temor a una paliza le parte la nariz al otro chaval, otro cobarde... Incluso yo me sentí un cobarde. Me sentí un cobarde porque acabé temiendo a un crío de siete años, oculto bajo las sábanas, que se lame con ansía los dedos llamando sirope a la sangre coagulada que tiene entre ellos...
Editado por DEEKIN, 25 September 2013 - 09:01 AM.